La obesidad a lo largo de la historia |147
y una inmoderada idiocia. Isabel II gozó de una buena salud. Sólo tuvo algunos
trastornos gastrointestinales debidos a sus malos hábitos alimenticios que
propiciaron una gordura incipiente, transformada en obesidad tras su matrimonio;
pese a ello es más conocida por su liviandad amorosa que por su amor excesivo a
la comida. Entre los gobernantes mundiales ninguno ha tenido tanto poder, en el
mundo contemporáneo, como los presidentes de los Estados Unidos de América.
Entre ellos hay uno, el vigesimoséptimo, William Howard Taft, gobernó entre 1909
y 1913 y fue francamente obeso. Hombre de metro ochenta de altura, llegó a pesar
ciento cincuenta y ocho kilogramos, pese a que estuvo casi toda su vida a dieta y
controlado por los mejores especialistas de su época. Antes de ser elegido para
presidente fue Procurador General de los Estados Unidos, Gobernador General de
Filipinas, Secretario de Guerra y Gobernador temporal de Cuba. Siguiendo los
consejos de Nathaniel E. Yorke-‐Davies adoptó una dieta muy moderna, exenta de
grasas y baja en calorías. Escribía a su médico dos veces a la semana, llevaba un
control diario del peso y contrató a un entrenador personal que le hacía montar a
caballo, pese a lo cual estuvo toda su vida adelgazando y recuperando lo perdido.
Entre los cantantes de ópera es tan frecuente la aparición de la corpulencia
que el imaginario popular los presenta casi siempre obesos. Baste recordar a
Monserrat Caballé, en sus mejores momentos o al fallecido Luciano Pavarotti,
aunque hay otros varios en la actualidad que no cumplen con el cliché
preconcebido mediante el cual se identifica potencia y calidad bucal con
rotundidad física.
También el estereotipo de los actores de cine o teatro les hace parecer
delgados, si pensamos en ellos de improviso. Las excepciones, entre las máximas
estrellas masculinas son frecuentes. No así entre las féminas.
En el cine mudo destacan, en primer lugar Stan Laurel y Oliver Hardy,
conocidos entre nosotros como el gordo y el flaco; en el cual Hardy era un obeso
excesivo pero mucho más avispado que el bobalicón Laurel y, entre ambos,
hicieron las delicias de los niños durante los años cincuenta.