Segundo Curso Avanzado sobre Obesidad - page 146

146|Javier Puerto
Los gustos mayoritarios se pueden pulsar mejor en las revistas de moda o
literatura. En la litografía de L’Esprit Français de 1911, vemos bañarse a una
señorita delgada, pero sin excesos, que provoca una auténtica conmoción entre los
paseantes masculinos playeros, seguramente porque pese a la pudibundez de su
bañador para los gustos actuales, en el momento resultaría levemente escandaloso.
Sin embargo la portada del semanario ilustrado español ¡ahí va! de marzo
de 1912 recoge la fotografía de la Bella Montalvito quien, al parecer, había actuado,
supongo que con éxito en varios teatros de España. La tal belleza era cupletista y
seguramente resultaba excitante para los sentidos de sus admiradores pero, como
se ve, está sobrada de carnes, cinchada con un potente corsé, dotada de ropas que
parecen enaguas amplias y con una mirada bovina que pretende ser o incitante o
simpática. Lo cual explica que, en un mundo sin globalizar, la moda no era una
dictadura tan férrea como parece serlo en la actualidad.
Desde finales del siglo XIX la extrema obesidad se había convertido en
monstruosa e incluso se exhibía como atracción en barracas de ferias. A partir de
principios del siglo XX esos espectáculos empiezan a ser intolerables para la
mayoría y el obeso extremo pasa a ser un caso clínico. Sin embargo el obeso
también pasa a ser considerado como alguien que elude el cuidar de sí mismo, falto
de voluntad y de dominio: un fracasado, alguien incapaz de cambiar; continua
siendo un ser estigmatizado.
4. Sobre algunos gordos ilustres
A lo largo de éstas páginas ya hemos mencionado a varios: miembros de la
realeza, de la aristocracia o personajes literarios.
Entre los reyes españoles algo se ha dicho ya de los Austrias. Los primeros
Borbones no destacaron, precisamente, por su gordura, sí por otras patologías más
incapacitantes. En el descarnado retrato que hizo Francisco de Goya a la familia de
Carlos IV, tanto el monarca como su esposa, la reina María Luisa, aparecen más que
rollizos, con un aspecto abotargado poco aristocrático, infrecuente en los retratos
efectuados por un pintor de cámara. Fernando VII se ganó a pulso su mala prensa
entre todos los monarcas españoles. En su retrato se refleja una gordura moderada
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