La obesidad a lo largo de la historia |141
con una excesiva gordura que Hans Holbein transformó en impresionante
majestuosidad.
En el festín colectivo retratado en el Libro de la caza de Gastón de Phoebus,
vemos a los sirvientes, capataces y palafreneros con el rostro basto y dotados de
una gran barriga, mientras los nobles, además de mantener modales refinados,
aparecen con la cara afilada y la cintura esbelta, lo cual nos lleva a la iconografía
derivada de la publicación del Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, en
donde Miguel de Cervantes representa al hidalgo Don Quijote, al borde mismo de la
extenuación de pura delgadez, mientras su escudero Sancho Panza, en su propio
apellido lleva impresa la cualidad obesa atribuida a las clases populares en su libro
publicado a principios del Barroco.
Baltasar Castiglioni en El Cortesano habla ya de ligereza y habilidad y esas
cualidades, añadidas a la fuerza, son las que estéticamente debían preponderar.
A Carlos V, tras su victoria contra los protestantes en Mülberg, le entregaron
al Duque Francisco I de Sajonia de quien se burlaban los cortesanos por su gran
volumen y le calificaban de bota y le describían como gordo, seboso y fondón.
El propio emperador Carlos, aunque no famoso por su gordura, que
probablemente no llegó a desarrollar, sí lo fue por su inmenso apetito, por las
recepciones a la manera flamenca y por la gran cantidad de alimentos y bebidas
consumidas incluso en su retiro de Yuste.
La tendencia a la frugalidad y las buenas maneras en la mesa es uno de los
objetivos de la temprana sátira de François Rabelais quien, pese a su condición de
médico, se ríe de los nuevos usos aristocráticos con su personaje Gargantua, con
dieciocho papadas, un vientre descomunal y su complexión maravillosamente
flemática. En el Renacimiento, sin embargo, el principio de rechazo de la gordura no
viene acompañado de una apología de la delgadez, asociada a lo patológico, sino de
la consecución de un equilibrio.