128|Javier Puerto
en intolerables interpretaciones del pasado efectuadas desde los conocimientos
científicos del presente.
Ese ejercicio intelectual puede producir perplejidad o una sonrisa, pero si la
misma es de suficiencia, recordemos lo vivido por nuestra generación con
respecto, por ejemplo, al pescado azul, considerado poco menos que venenoso
hace unos cuarenta años, cuando en la actualidad se tiene por excelente y portador
de sustancias beneficiosas para nuestra salud.
2.3.1. Pan, legumbres, verduras, carnes y pescados en el mundo
galenista
El alimento más representativo de la civilización occidental es el pan. Se
podía preparar con trigo, cebada, centeno, avena o arroz. Para los poderosos se
hacía de trigo como semilla más perfecta y convenible al cuerpo humano. El
horneado para Felipe II debía ser cocido en horno…de harina sin salvados, cocido
con curiosidad y que tenga suficiente cantidad de sal y levadura.
Las legumbres, junto al pan y el vino, formaban parte de la dieta de las
gentes sencillas durante la Edad Media y el Renacimiento. Eran componente básico
de las ollas, a las que tan aficionado fue el gran comilón Carlos I de España y V de
Alemania, pero no se consideraban apropiadas para las mesas reales. Arnau de
Vilanova afirma que las legumbres nunca son buenas para los individuos
templados que se mantienen sanos.
Las verduras también debieron de ser de uso constante durante la Edad
Media y el Renacimiento por las gentes sencillas pero el médico nutricionista
renacentista Nuñez de Oria asegura: el uso continuo de la ortaliza (sic) no es
convenible para la salud del cuerpo humano, antes por el contrario es malo,
porque como dice Averroes: todas las yerbas de su naturaleza inclinan a engendrar
humores melancólicos, excepto la lechuga, borraja, lengua de buey, escarola,
achicoria. Por lo qual (sic.), como el dize (sic.) no conviene por vía de
mantenimiento, sino de medicina.
El mismo autor asegura: porque el mucho uso de comer frutas suelen los
hombres venir en agudas y mortales enfermedades, lo que nos indica que tampoco
eran apreciadas por los dietistas, al menos hasta el Renacimiento.