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2013, a mediados de agosto de 2012 ya había salido del sistema solar tras recorrer
diecinueve mil millones de kilómetros, y aún con combustible hasta el año 2025,
mientras que la segunda, en opinión del profesor González Amado, “se calcula que
cruzará la nube de Oort, al abandonar el sistema solar, en el año 28.635”52, es decir,
aproximadamente, dentro de algo más de doscientos sesenta y seis siglos. En fin,
en 2012 el astrónomo doctor Bachiller García, académico numerario de la Real
Academia de Doctores de España, escribía que: “La esperanza de encontrar vida en
nuestro Sistema Solar no es nula… Al fin y al cabo el nuestro es un sistema
planetario en una estrella de las 100.000 a 400.000 millones que conforman
nuestra Galaxia…”, añadiendo que “las estadísticas disponibles nos indican que en
la Vía Láctea podría haber 100.000 millones de estrellas acompañadas por
planetas y… existe una alta probabilidad de que muchos de estos se encuentren en
zonas habitables y de que, tanto éstos como otros situados en regiones más
inhóspitas, posean satélites con condiciones adecuadas para albergar algún tipo de
vida, quizás significativamente diferente de la que nos resulta familiar en la
Tierra”.53 El rector de la Universidad de Colombo (Sri Lanka), sir Arthur C. Clarke
en su obra 2001, escrita junto a Stanley Kubrick, bien es verdad que desde una
perspectiva más bien de ciencia-ficción, se atreve a aventurar la hipótesis de que
en 2030 el hombre habrá establecido contacto con vida inteligente de otros
planetas. Y todo esto, lejos de ser ajeno al Derecho internacional, o mejor al
Derecho interplanetario, está íntimamente conectado con él.

Las investigaciones que hoy se llevan a cabo en nuestro planeta; las que se
realizan a bordo de la Estación Espacial Internacional (ISS); las observaciones a
través de los telescopios espaciales como el Cosmos 215, Atlas, Soho, Kepler,
Spitzer, Hubble o el James Webb por citar algunos y, como señala el citado
astrónomo, gracias a las observaciones desde la superficie terrestre hechas desde
los grandes radiotelescopios, como el de Arecibo, son ya conocidos unos 700
planetas extrasolares contenidos en unos 500 sistemas planetarios. El 14 de enero
de 2005 la sonda “Huygens”, de la Agencia Europea del Espacio (ESA), tras siete
años de viaje acoplada a la nave “Cassini”, aterrizó en Titán, la mayor luna de



52 Roberto González Amado: op. cit., Barcelona, 1996, pp. 96-100.
53 Rafael Bachiller García: La astronomía en la encrucijada de la filosofía, la ciencia y la tecnología, discurso de
ingreso en la Real Academia de Doctores de España como Académico de Número, Madrid, 2012, pp. 30 y 45. Se
trata de un espléndido discurso que para el jurista, especialmente para el internacionalista, suscita las más
variadas y múltiples preguntas. Durante todo el siglo XX la prensa nacional y extranjera ha dado cuenta de
extraños fenómenos producidos en el espacio aéreo de diferentes Estados, que resultan difícilmente
explicables, o sencillamente son inexplicables, en algunos de los cuales se habrían producido, más allá de los
avistamientos de objetos volantes, por gentes de toda condición y nivel cultural, hasta supuestos “encuentros”
con tripulantes de naves de procedencia desconocida. Estas noticias suelen estar, además, difundidas en
publicaciones que constituyen una bibliografía considerada como carente de rigor científico, al menos
generalmente, por la comunidad científica internacional; por lo tanto, y por supuesto, todo este tipo de
informaciones ha de tomarse cum grano salis. Esto dicho, al parecer tales hipotéticos tripulantes tendrían
“forma humana”, que debería entenderse como un concepto distinto al de “figura humana”, pues, por ejemplo,
una forma humana puede no tener figura humana si el ser es un cíclope, como una figura humana puede no
tener forma humana, si tuviere, por ejemplo, dos cabezas, o tres o más extremidades superiores o inferiores.
La forma y figura, unidas, pues, sería lo que corresponde y se identifica como “ser humano”. Y si esa forma y
figura humana fuese una constante sería procedente preguntarse por qué: ¿será posible, entonces, que los
seres superiores inteligentes respondan al mismo “modelo” en cualquier lugar del Universo?, ¿que el homo,
con la misma variedad que existe en la Tierra (estatura, raza, rasgos, etc.), sea la “forma externa” universal? Y
si se sigue preguntando ¿no podría esto tener alguna relación, al menos para los creyentes de cualquier
religión monoteísta, con las casi iniciales palabras del Génesis, 1, 26, según las cuales ese misterioso ser
llamado Elohim dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza”?, vid. Sagrada Biblia,
versión directa de las lenguas originales por Eloíno Nácar Fuster y Alberto Colunga, O. P., 18ª ed., B.A.C.,
Madrid, 1965, p. 29.

José Antonio Tomás Ortiz de la Torre|144
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