Page 109 - Medicamentos fantásticos
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El jugo de la raíz lo utilizaba para tratar enfermedades oftálmicas –
observó la capacidad de dilatar la pupila y dificultar la visión-, dolores de
los dientes y para algunas enfermedades mentales.

El judío romanizado Flavio Josefo (s.I) en su Historia antigua de los
judíos154 dio a conocer algunas leyendas sobre la raíz, luego ampliamente
divulgadas. A él se atribuyen otras apócrifas.

Cuando se ocupa de la descripción de Maqueronte y sus
alrededores, escribe:

“En el barranco que rodea la ciudad por el norte hay un lugar llamado
Baara, que produce una raíz que lleva su mismo nombre. Tiene el color
parecido al del fuego; al atardecer produce unos resplandores que hacen que
no sea fácil cogerla por parte de los que se acercan y quieren arrancarla, sino
que se escapa y no se queda quieta hasta que no se derrama sobre ella orina
de mujer o sangre de menstruación. No obstante también entonces los que la
tocan tienen muerte segura, a no ser que se dé la circunstancia de que lleven
la mencionada raíz colgada de la mano. También se la puede cortar sin
peligro de la siguiente forma: se excava un círculo alrededor de la planta, de
forma que sólo quede enterrada una parte muy pequeña de la raíz. Después
se le ata un perro y, cuando éste se lanza para perseguir a la persona que lo
ha amarrado, la arranca fácilmente. El perro muere inmediatamente, como
víctima, en lugar de aquel que iba a cortar la planta. Así, los que la cogen
después no tienen que temer nada. A pesar de tantos peligros, esta planta es
muy buscada por una única cualidad: con sólo acercarla enseguida expulsa
de los enfermos los llamados demonios, es decir, los espíritus de los hombres
malvados que se introducen en los vivos y los matan, si no se les ayuda.”

154 Flavio JOSEFO, Histoire ancienne des Juifs & la guerre des juifs contre les romains, 66-70 ap.
J.-C. : autobiographie, Paris : Éditions lidis, 1973.
Flavio JOSEFO, La guerra de los judíos, trad., y notas Jesús Mª NIETO IBÁÑEZ, libros IV-VII,
Madrid: Gredos, 1999, libro VII, 180-186, pág. 357.

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