An. Real. Acad. Farm. vol 80 nº 2 2014 - page 197

Ladignidadde lapersonamayor
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que, más omenos atemperado, siempre ha sido así. Pero hoy somosmuchos, más
que en ninguna otra época, tanto en términos absolutos como relativos. Además,
duramos una barbaridad comonunca antes se había pensadoque pudiera ocurrir.
Hemos aumentado nuestra esperanza de vida de tal manera que en estos inicios
del siglo XXI la mayor parte de la población en los países desarrollados vamos a
pasar entre un cuarto y un tercio de nuestra vida en calidad de jubilados, lo que
traducido a efectos administrativos equivale a ser oficialmente viejos. Un reciente
artículo de la revista
Lancet
(4) afirmaba que los nacidos en estos primeros años
del siglo XXI en países desarrollados tienen grandes posibilidades de llegar a
centenarios.
Constituimos lo que algún profesor de sociología (David Reher) ha
calificadocomo “unmaremoto”del que, además, la sociedadensuconjuntoapenas
si ha tomado conciencia Un maremoto cuyas consecuencias alcanzan a todas las
esferasde lavida. Comprometena los sistemas sanitarios, a laeconomía, almundo
laboral, oa las formas deorganización social yde convivencia, y lohacen conunas
repercusionesenormesquenoescapananingúnobservador. Loqueparecemenos
comprensible es que este fenómeno que debiera ser un motivo de satisfacción
individual y colectiva se traduzca paramuchos enuna especia de carga negativa y
de invitación al pesimismo. Siguiendo conBobbio, siempre dispuesto a asumir los
aspectosmásnegrosde lavejez, cabríaconsiderarque losavancesde lamedicinaa
menudo “no tanto te hacen vivir cuanto te impiden morir”. En su caso esto se
manifiesta a través de lo que él llama “una vejez melancólica, entendiendo la
melancolíacomo laconscienciade lonoalcanzadoyde loqueyanoesalcanzable”.
1. UN FACTOR DE RIESGO NO DISCUTIBLE: LAS PÉRDIDAS ASOCIADAS AL
HECHODEENVEJECER
Una definición de envejecimiento bastante ajustada a la realidad científica
es la que toma como base referencial las pérdidas en nuestros mecanismos de
reserva y, ligado a ellas, el incremento progresivo de la vulnerabilidad y de la
consiguiente claudicación ante cualquier tipo de agresión externa. Es cierto que
nacemos conunmargende reserva enorme en todos nuestros órganos y sistemas.
Son reservas funcionales que vamos perdiendo –o consumiendo-­‐ a lo largo de la
vida. Pérdidas universales que desde el punto de vista orgánico afectan a todos y
cada uno de nuestros aparatos. Al músculo, al hueso, a las articulaciones, a los
sistemas cardiocirculatorio,
digestivo,
respiratorio,
nervioso,
endocrino,
nefrourológico, inmunológico o sexual. A los sistemas de regulación de la
homeostasis. A la piel, a la boca y a los órganos de los sentidos. Nada ni nadie
escapa a ello, aunque la realidad nos muestra que la cadencia con la que estas
pérdidas se vanmanifestandovaría enormementedeunos individuos a otros. Más
aún, que inclusoexiste tambiénuna granvariabilidaddentrode lapropiapersona,
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