Page 99 - Anales RADE vol I n 1
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sol de la alegría, el sol de las almas, el sol de la justicia, la estrella de Jacob, la
estrella de la mañana, la luz que brilla en las tinieblas. Todas estas imágenes
pretenden destacar el significado especialísimo de esta “verdadera luz”, que
consiste en que Cristo ha vencido a los poderes del mal, ha inaugurado el reino de
Dios en la humanidad y ha prometido a todos la participación en esa victoria.

El cuarto evangelio comienza situando toda la misión de Jesús desde la
perspectiva de que él es “la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a
este mundo” (Jn 1,9). Jesús, según este evangelista, dice de sí mismo: “Yo soy la luz
mundo” (Jn 8,12; 9,5). De esta afirmación fundamental se deducen dos
consecuencias. Una, el que se deja iluminar por esta luz que es Jesús no anda en
tinieblas (Jn 8,12; 12,46); por eso camina seguro: para el creyente hay una luz que
guía sus pasos, una antorcha en su camino: “lámpara es tu Palabra para mis pasos,
luz en mi sendero” (Sal 119,105). El cristiano es un “iluminado” (Heb 10,32). Es
significativo que en los orígenes cristianos al bautismo se lo califique como el
momento de la “iluminación”. Es significativo también en este sentido que todas las
espectaculares conversiones se narren en clave de iluminación. Basta pensar en la
conversión de Pablo camino de Damasco (Hech 9,3). O incluso en la narración que
hace san Agustín de su propia conversión2. La conversión no es un asunto de
voluntarismo; es un asunto de luz, de iluminación. La iluminación es la primera
gracia de la conversión.

La segunda consecuencia (de la afirmación de Jesús “luz del mundo”) es si
cabe más significativa, pues los que se dejan iluminar por la luz son hijos de la luz
(Jn 12,36) y, del mismo modo que el hijo se parece al Padre y hasta tiene su mismo
rostro, los hijos de la luz se convierten ellos mismos en luz: “vosotros sois la luz del
mundo” (Mt 5,14). El cristiano no es solo un iluminado, sino que él mismo irradia
luz. Por eso los cristianos practican “las obras de la luz” (Jn 3,20), o sea, “las buenas
obras”, las obras del amor (Mt 5,16), que deben alcanzar todos los órdenes de la
vida, tanto la economía y la política, como la familia y la comunidad. Se trata de
iluminar las tinieblas de la falta de verdad (1 Jn 1,6) y de amor, pues “quién
aborrece a su hermano está en las tinieblas y quién ama a su hermano permanece
en la luz” (1 Jn 2,9-10). Y de esta forma crear espacios para la esperanza, brillando
como antorchas en el mundo, en medio de una generación que necesita y busca
razones para vivir (Flp 2,15-16).



4. DIOS ES LUZ

La razón última por la que podemos calificar a Cristo de luz y al cristiano de
luz es porque “Dios es Luz”. El Nuevo Testamento, y más en concreto, los escritos
joánicos, parece que ofrecen tres definiciones de Dios. La más conocida es “Dios es
amor” (1 Jn 4,8.16). Pero también “Dios es espíritu” (Jn 4,24), y finalmente “Dios es
luz” (1 Jn 1,5). Es amor y solo amor. Es luz y solo luz. Precisamente porque en Dios
no hay ningún mal, ninguna carencia, ninguna oscuridad, y que en él todo es



2 Los términos luz e iluminación se encuentran a lo largo de todas las Confesiones de San Agustín referidos a su
propia situación. Solo un ejemplo: en el libro XIII,3 el santo reconoce que su bien está en adherirse para
siempre al Señor “para que con la aversión no pierda la luz que alcanzó con la conversión, y vuelva a caer en
aquella vida semejante al abismo tenebroso”.


99| La luz por descubrir
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