Page 101 - Anales RADE vol I n 1
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que “Dios habita en una luz inaccesible, que no ha visto ningún ser humano, ni
puede ver” (1 Tim 6,16). Actualmente, la luz de Dios y de Cristo nos llega filtrada
por la luz de la fe. La fe es, en la situación presente, “la luz que nos hace ver la luz”
(cf. Sal 35,10).
Tomás de Aquino trata de las distintas luces que nos hacen ver y conocer a
Dios, distintas según cuál sea la situación del creyente. Dada la infinita distancia
entre Dios y la persona humana, nunca vemos a Dios directamente, ni en este
mundo ni en el otro, siempre necesitamos la ayuda de luces, unas más penetrantes
que otras4: la luz de la razón, la luz de la gloria y, entre las dos y participando de
ambas5, la luz de la fe. Según Tomás de Aquino, la luz de la fe resulta paradójica:
por una parte hace ver6, pero por otra no hace ver7. Hace ver la credibilidad divina
de los misterios, pero no suprime su oscuridad esencial. Y esa oscuridad explica
que en el creyente puedan surgir movimientos de duda, contrarios a aquello que
cree con toda firmeza8.
Se comprende así que la encíclica Lumen Fidei (nn. 2 al 4) reconozca que
para muchos de nuestros contemporáneos la fe es una luz ilusoria, por eso se la
asocia a la oscuridad. El ámbito de esta luz no puede ofrecer al ser humano
verdaderas certezas. Por eso, dice el Papa, es urgente recuperar la característica
propia de la luz de la fe, que es la capacidad de iluminar toda la existencia del ser
humano.
Esto nos lleva a la cuestión de comprender un tipo de luz, la de la fe, que,
por una parte no hace ver la evidencia de los misterios, pero por otra hace ver,
pues ofrece un tipo de certeza que, en ocasiones, puede ser más convincente que la
certeza derivada de la razón. Es la certeza que proviene de la confianza y del amor,
que se apoya en la seriedad del testigo de la fe. En el caso de la fe cristiana,
Jesucristo es el que ofrece seguridad a la fe.
Descartes, seducido por las matemáticas, pensaba que la seguridad del
conocimiento descansaba en la evidencia, en lo que se presenta clara y
distintamente al espíritu. Su contemporáneo Pascal cuestionó la pretensión
cartesiana de reducir la realidad a las ideas claras y distintas9. Mucho antes, Tomás
4 Al comienzo de la Suma de Teología, Santo Tomás distingue entre la luz de la razón natural y la luz de la
revelación divina (I, 1, 1, ad 3) y del alcance de ambas luces (I, 1, 1, cuerpo del artículo).
5 Cf. TOMÁS DE AQUINO, De veritate, 14, 9, ad 2, en donde se compara la luz natural, la luz de la fe y la luz de la
gloria, y se dice que la luz de fe es una participación “imperfecta” de la luz infusa en la gloria y por eso “no
conduce a la visión” de Dios.
6 Suma de Teología, II-II, c. 1, a. 4, ad 3.
7 “Lumen fidei, quod est quasi sigillatio Primae Veritatis in mente, nos potest fallere. Hic tamen habitus non
movet per viam intellectus (haciendo ver la evidencia del objeto), sed magis per viam voluntatis. Unde non
facit videre illa quae creduntur nec cogit assensum, sed facit voluntarie assentire” (In Boet. de Trinitate, I, c. 1, a.
1, ad 4).
8 “Unde est quod in credente potest insurgere motus de contrario huius quod firmissime tenet” (De Veritate,
14,1)
9 Según Pascal son tres lo órdenes de la realidad, y cada uno tiene su propia certeza: el orden de los cuerpos,
conocido por los sentidos, a partir del espíritu de geometría; el orden de los espíritus, que dignifica al hombre,
hecho para pensar; y el orden de la caridad, o sabiduría, que se percibe a partir de la fe y tiene sus leyes
propias: “De tous les corps ensemble, on ne saurait en faire réussir une petite pensée: cela es imposible, et d’un
autre ordre. De tous les corps et esprits, on n’en saurait tirer un mouvement de vraie charité: cela est
imposible, d’un autre ordre, surnaturel” (Pensées, 793, ed. Brunschvicg)
101| La luz por descubrir
puede ver” (1 Tim 6,16). Actualmente, la luz de Dios y de Cristo nos llega filtrada
por la luz de la fe. La fe es, en la situación presente, “la luz que nos hace ver la luz”
(cf. Sal 35,10).
Tomás de Aquino trata de las distintas luces que nos hacen ver y conocer a
Dios, distintas según cuál sea la situación del creyente. Dada la infinita distancia
entre Dios y la persona humana, nunca vemos a Dios directamente, ni en este
mundo ni en el otro, siempre necesitamos la ayuda de luces, unas más penetrantes
que otras4: la luz de la razón, la luz de la gloria y, entre las dos y participando de
ambas5, la luz de la fe. Según Tomás de Aquino, la luz de la fe resulta paradójica:
por una parte hace ver6, pero por otra no hace ver7. Hace ver la credibilidad divina
de los misterios, pero no suprime su oscuridad esencial. Y esa oscuridad explica
que en el creyente puedan surgir movimientos de duda, contrarios a aquello que
cree con toda firmeza8.
Se comprende así que la encíclica Lumen Fidei (nn. 2 al 4) reconozca que
para muchos de nuestros contemporáneos la fe es una luz ilusoria, por eso se la
asocia a la oscuridad. El ámbito de esta luz no puede ofrecer al ser humano
verdaderas certezas. Por eso, dice el Papa, es urgente recuperar la característica
propia de la luz de la fe, que es la capacidad de iluminar toda la existencia del ser
humano.
Esto nos lleva a la cuestión de comprender un tipo de luz, la de la fe, que,
por una parte no hace ver la evidencia de los misterios, pero por otra hace ver,
pues ofrece un tipo de certeza que, en ocasiones, puede ser más convincente que la
certeza derivada de la razón. Es la certeza que proviene de la confianza y del amor,
que se apoya en la seriedad del testigo de la fe. En el caso de la fe cristiana,
Jesucristo es el que ofrece seguridad a la fe.
Descartes, seducido por las matemáticas, pensaba que la seguridad del
conocimiento descansaba en la evidencia, en lo que se presenta clara y
distintamente al espíritu. Su contemporáneo Pascal cuestionó la pretensión
cartesiana de reducir la realidad a las ideas claras y distintas9. Mucho antes, Tomás
4 Al comienzo de la Suma de Teología, Santo Tomás distingue entre la luz de la razón natural y la luz de la
revelación divina (I, 1, 1, ad 3) y del alcance de ambas luces (I, 1, 1, cuerpo del artículo).
5 Cf. TOMÁS DE AQUINO, De veritate, 14, 9, ad 2, en donde se compara la luz natural, la luz de la fe y la luz de la
gloria, y se dice que la luz de fe es una participación “imperfecta” de la luz infusa en la gloria y por eso “no
conduce a la visión” de Dios.
6 Suma de Teología, II-II, c. 1, a. 4, ad 3.
7 “Lumen fidei, quod est quasi sigillatio Primae Veritatis in mente, nos potest fallere. Hic tamen habitus non
movet per viam intellectus (haciendo ver la evidencia del objeto), sed magis per viam voluntatis. Unde non
facit videre illa quae creduntur nec cogit assensum, sed facit voluntarie assentire” (In Boet. de Trinitate, I, c. 1, a.
1, ad 4).
8 “Unde est quod in credente potest insurgere motus de contrario huius quod firmissime tenet” (De Veritate,
14,1)
9 Según Pascal son tres lo órdenes de la realidad, y cada uno tiene su propia certeza: el orden de los cuerpos,
conocido por los sentidos, a partir del espíritu de geometría; el orden de los espíritus, que dignifica al hombre,
hecho para pensar; y el orden de la caridad, o sabiduría, que se percibe a partir de la fe y tiene sus leyes
propias: “De tous les corps ensemble, on ne saurait en faire réussir une petite pensée: cela es imposible, et d’un
autre ordre. De tous les corps et esprits, on n’en saurait tirer un mouvement de vraie charité: cela est
imposible, d’un autre ordre, surnaturel” (Pensées, 793, ed. Brunschvicg)
101| La luz por descubrir