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positivo, luminoso y amoroso, la carta de Juan precisa: “Dios es Luz, en él no hay
tiniebla alguna” (1 Jn 1,5). En la misma perspectiva se sitúa la carta de Santiago al
referirse al “Padre de las luces en quién no hay cambio ni sombra de rotación” (Stg
1,17).

No cabe una definición de Dios. Dios es indefinible. Todo intento de definirlo
lo empequeñece. Estas fórmulas que hemos citado ponen de relieve un valor
esencial de Dios, un valor que puede sintetizar todo su ser desde una determinada
perspectiva. Decir que Dios es Luz es afirmar que toda la realidad queda iluminada
desde Dios, empezando por los seres humanos y sus obras, que deben conformarse
con lo que Dios es y juzgarse en conformidad con su voluntad.

Estas fórmulas se refuerzan unas a otras y tienen incidencia directa en la
vida del creyente. Podríamos decir que Dios es luz porque es amor y porque es
espíritu. El amor todo lo ilumina mostrando la cara buena de toda realidad. El
espíritu no conoce contornos ni sombras. El amor es luz, y por eso el que vive
según Dios, que es amor, posee una vista interior que le permite, por decirlo con
palabras de Unamuno, “mirar desde Dios”.

Unamuno tiene una página admirable en la que relaciona el amor con la luz
y con el espíritu. Afirma que la luz del amor es más clara y penetrante que la razón:
“con ésta, si es poderosa, puede el hombre, aunque sea malo, comprender y
abarcar el mundo temporal, llegar a las razones de las cosas; pero sentir y ver el
mundo eterno, llegar a la verdad de todo, no ya solo a su razón, no es dado más que
a la fe, a la fe que la bondad atrae sobre nosotros y que la bondad sustenta como
cimiento inconmovible”. Y sigue D. Miguel hablando de “la entrañable lumbre que
es la bondad, la divina potencia de visión con que reviste al espíritu”. Se puede
“mirar desde Dios, a través de la bondad, que más que trasparentísimo cristal es la
vista misma interior”3.

Dios es Espíritu, Amor y Luz. Y por eso, en el plano divino y en su
repercusión humana, el espíritu, el amor y la luz son intercambiables y están
mutuamente implicados.



5. LA LUZ DE LA FE

Desgraciadamente la situación actual del creyente comporta el riesgo de la
tentación cuando Cristo se oscurece, o se ve enturbiado por los negros nubarrones
de la angustia, la pusilanimidad y la resignación. Por otra parte, tampoco le faltaran
luces falsas. “Toda vida humana (por decirlo con palabras del Vaticano II), la
individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el
bien y el mal, entre la luz y las tinieblas”. La razón última de esta lucha es que no
estamos aún en la luz de la gloria, en donde todo será luminoso y ninguna duda nos
asaltará. Cierto, la ciudad celeste está iluminada por la gloria de Dios y su lámpara
es el Cordero (Ap 21,23). Pero actualmente sentimos con más fuerza que nunca



3 MIGUEL DE UNAMUNO, Obras Completas, Escélicer, Madrid, 1967, t. VII, 378. Cf. MARTÍN GELABERT, “Nacer de nuevo
para ir a la luz. Encuentro de Jesús con Nicodemo según Unamuno”, en Cuadernos de la Cátedra Miguel de
Unamuno, 2006, 75-91.

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