Page 36 - Anales RADE vol I n 1
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En el reinado del primer Borbón convivieron tres maneras diferentes de
interpretar la arquitectura, una de ellas estrictamente española y las otras dos
importadas de Europa. La primera era el final del período barroco español, que
había evolucionado desde el herrerianismo sin alterar la esencia de lo estructural,
pero acumulando progresivamente elementos accesorios ornamentales, hasta
culminar en las floraciones escultóricas de las portadas de los palacios y llegando
hasta el paroxismo en los retablos de las iglesias y los tabernáculos sacramentales.

En 1720 José Benito Churriguera terminaba el complejo de Nuevo Baztán,
cuya iglesia fue declarada parroquia tres años más tarde. Pedro de Ribera, (a quien
los ilustrados llamaban “el depravado entre los depravados”) remataba en 1729 la
portada del Hospicio de Madrid (Figura 3), el famoso Transparente de la Catedral
de Toledo de Narciso Tomé se inauguraba en 1732, y en 1735 veía la luz la Portada
del Palacio de San Telmo de Sevilla, de Leonardo de Figueroa. Eran tres de los
ejemplos más emblemáticos de los excesos superbarrocos que tan buena
aceptación tuvieron en España, tal vez porque sintonizaban con el comprobado
gusto popular español tan expresivo y ruidoso como dado a lo pomposo y
abigarrado.



Figura 3. Portada del Hospicio de Madrid del arquitecto Pedro de Ribera.

A pesar de ser exclusivo de España, este arte que practicaron los que los
ilustrados llamaron “nuevos heresiarcas” fue condenado a su desaparición dada la
fuerza imparable con la que entraba en España la Ilustración. Sin embargo, figuras
como los ya citados Churriguera y Ribera en Madrid, Leonardo de Figueroa y
Hurtado Izquierdo en Andalucía, Casas y Novoa en Galicia (autor de la fachada del
Obradoiro) y tantos otros, dejaron muestras muy estimables de ese arte que
adornan muchas ciudades españolas y sólo una intransigencia demasiado sectaria
de los primeros hombres del neoclasicismo pudo condenarlas con la virulencia que
lo hicieron. Como ejemplo característico de la postura que los ilustrados adoptaron

Juan Gómez y González de la Buelga|36
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